En la actualidad, el enfrentamiento entre Estados Unidos y China ha escalado a una nueva dimensión: la guerra tecnológica. Así como en la película Star Wars, el imperio norteamericano se siente atacado por el creciente poder del gigante asiático.

Por Carlos Alberto Aguirre.
Así como en la película Star Wars (La guerra de las galaxias), el imperio norteamericano se siente atacado por el imperio oriental en el marco de una guerra científico-tecnológica que no cesa. Su única herramienta para intentar contener esta situación son imposiciones de carácter puramente económico, que sólo afectan a países con una fuerte dependencia de los commodities. Los casos de Colombia y Argentina resaltan el desconocimiento que existe sobre la dependencia de estas economías respecto a las dos mayores potencias económicas y políticas del siglo XXI, no en términos de innovación, investigación y desarrollo (I+D), sino en su estructura comercial.
Ahora bien, más allá de las restricciones comerciales, China ha superado ampliamente a EE.UU. en términos tecnológicos. Primero, con el caso Huawei, en el cual EE.UU. intentó imponerse con éxito parcial; luego, con la prohibición de los semiconductores y la restricción en su venta; más tarde, con la prohibición de TikTok, que provocó una migración masiva de usuarios hacia la red social china Red Note y un incremento notable en el aprendizaje del idioma chino mandarín en la plataforma Duolingo. Ahora, con el avance de la inteligencia artificial DeepSeek, se está poniendo en jaque a las principales empresas tecnológicas de Silicon Valley, generando además pérdidas millonarias para NVIDIA, cuyo capital proviene de Taiwán, la mayor productora de semiconductores del mundo.
En el campo de la inteligencia artificial, EE.UU. se siente desprotegido y busca resguardarse bajo el argumento de la “seguridad nacional”. El presidente Donald Trump afirmó recientemente en un discurso: “Nosotros tenemos los mejores científicos, y esto debe ser un llamado para nuestras industrias. Necesitamos enfocarnos en competir, y bajo mi administración lideraremos esta tecnología”. Lo que sucede con esta nueva generación de inteligencia artificial es que no solo consume muchos menos recursos, sino que, además, es de código abierto, lo que democratiza el conocimiento. Un occidental proestadounidense podría preguntarse: “¿Qué raro que un gobierno autoritario pretenda democratizar el conocimiento? ¿No estarán buscando nuestros datos para dominarnos?”. Pero la realidad es que ya estamos dominados.
No se trata solo de la pérdida económica para gigantes tecnológicos como Google, Facebook, X (Twitter), Microsoft, OpenAI y Nvidia, ni del declive de la vanguardia tecnológica que hasta ahora ha ostentado EE.UU. Recientemente, pasó desapercibida una noticia importante: según Guerras y Geopolítica, una compañía china batió el récord de transmisión de datos vía satélite con una velocidad de 100 Gbps mediante rayos láser. Según sus analistas, este avance deja a Starlink en la prehistoria. Frente a esto, el imperio estadounidense se ve desbordado, contraataca como puede y presiente que su caída es inminente. En definitiva, el país que logre dominar la inteligencia artificial y los datos a mayor escala será el gran vencedor.
En esta competencia, China lleva la delantera, mientras que EE.UU., aunque no quiere quedarse atrás, ya se encuentra rezagado.
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