POR Cristian Miguel Poczynok
Fuente: Televisión Pública
"Lo que nuestra filosofía intenta restablecer
al emplear el término armonía es, cabalmente,
el sentido de plenitud de la existencia."
Juan Domingo Perón, La comunidad organizada.
El termómetro del canal de noticias señaló 13º y unas céntimas de temperatura. Aunque en realidad no fue necesario encender la televisión para saber si afuera hacía frío o no porque en las barriadas populares de la cuenca Matanza-Riachuelo la temperatura de las casas es parecida a la del exterior, siempre. De por sí, no hay buen aislamiento y la humedad se cuela entre los muros ante un hábitat que es más húmedo por las cercanías al río y a uno de sus afluentes que cursa por allí, el arroyo Padre Mugica, que funciona como patio trasero no deseado por los frecuentes desbordes. Las napas siempre están altas y de las cerámicas, quienes las tienen, brotan pequeñas gotas de condensación.
Promediaba el otoñal mes de abril, el frío comenzaba a calar. En su casa ya se sabía y la televisión sirvió para que la mente confirme lo que su cuerpo percibía. Antes de salir, Jackeline tomó el abrigo y la bufanda que estaban en el armario, se puso las zapatillas que encontró a mano y salió para la plaza de “Barrio Obrero” donde acordaron reunirse antes de comenzar el operativo.
Ya habían pasado unas semanas desde el primero de ellos, que se hizo abrupta pero eficazmente en el barrio “El Campanario” de Llavallol. En las vísperas de Pascuas, una comitiva de la Municipalidad y organizaciones se reunieron para evaluar la posibilidad de comenzar allí con la experiencia. Se determinó incluir también, por las características del lugar, al barrio “Los Pinos”. Más de 700 familias entre ambos. No era aún el tiempo del DetecAr, probablemente en etapa de planificación y diagramación. Llegaba “El barrio cuida al barrio” y el objeto de la política era de carácter preventivo: difundir criterios de sanidad y dilatar (o incluso se añoró evitar) que el virus ingrese en las barriadas. Las cooperativas pusieron sobre sus hombros el sostenimiento de las postas sanitarias.
Apenas unos días atrás el Presidente anunció el inicio de los “aislamientos barriales”, una política pública de prevención de índole sanitarista con una impronta social, económica y política que contempla una perspectiva de comunidad. Se requiere articulación entre muchos sectores políticos e instituciones y movimientos populares locales, determinar cuestiones de seguridad y garantizar la llegada de elementos básicos como los barbijos y los alcoholes en sus distintos formatos para continuar garantizando un “distanciamiento social”. El acceso a los alimentos en una economía vulnerada especialmente en la economía popular debe ser garantizado para cada familia. Una aguja, al menos, entre la parálisis que impone la pandemia y que aporta alivio por algunos días a los hogares, que se suma a los derechos adquiridos como la AUH o jubilaciones, y a otros que por ahora son excepcionales pero probablemente lleguen para quedarse dado el laberíntico camino desplegado para poder efectivizar la decisión tomada con el Ingreso Familiar Extraordinario (IFE). Nueve millones de personas fuera de la economía formal y las relaciones asalariadas capitalistas.
Jackeline tiene un centro comunitario en el barrio “Unión y Fuerza” que está lindero a uno planificado que se llama “Néstor Kirchner”. Este barrio son unas pocas manzanas de viviendas muy sencillas, hechas de ladrillo de arena y cal a la vista y techos de placas. Las casas tienen patios delanteros que posiblemente se conviertan en nuevas piezas para que sus hijos tengan un lugar donde vivir a futuro, si es que antes no llega una política de viviendas acorde para paliar el acuciante déficit habitacional. Quienes puedan, cambiarán el techo y harán una losa para hacer una habitación arriba. Las casas tienen servicios y afuera hay veredas y las calles son de asfalto.
El centro comunitario se llama “Merendero Los Peques”. No es el único que funciona en el barrio. Al menos cuatro más funcionan en un radio de siete cuadras. La palabra “merendero” no hace honor al lugar porque ya dejó de funcionar como tal para convertirse en un comedor que tres días a la semana alimenta a más de 280 personas. Es un cálculo aproximado y que probablemente quede corto si calculamos solo cuatro integrantes por familia contando los tuppers y las ollas que se llenan cada día. En otro momento, ese lugar funcionó para talleres de comunicación y formación política.
Las personas que viven ahí eligieron un nombre que las caracteriza: “Unión y Fuerza”. Tal vez refiere al intento de desalojo que sufrieron y fue resistido allá por el 2014. Tal vez a las condiciones de hábitat del lugar. Por un lado, el límite es el barrio planificado y, por el otro, después de cruzar el arroyo Padre Mugica por un puente de madera y comunitario, las vías del Ferrocarril Belgrano, que posan sobre un terraplén cada vez más endeble porque la tierra se usa para la mezcla cuando alguna familia que no tiene plata logra acceder a ladrillos. En el medio y desde lo alto el transformador de la torre de alta tensión observa las chapas de los techos. Todos los días amanece incolumne allí, recordando la incertidumbre y la precariedad, la peligrosidad y la emergencia a la que estar atentos por cualquier eventualidad. Probablemente, “Unión y Fuerza” sea una ayuda memoria que impulsa a las familias a confiar en un futuro mejor.
Esa mañana fue especial para ella y para el resto de referentes de los barrios porque iniciaba el operativo que tanto planificaron. Había que organizar las postas sanitarias en las entradas y salidas de los barrios englobados, organizar el reparto de mercadería y terminar de ultimar detalles con las y los funcionarios de la Municipalidad. Articulación profunda y solidaridad urgentemente necesaria para enfrentar la pandemia. Tres reuniones previas entre las organizaciones populares con presencia en el barrio, como el Evita donde ella milita, el MP La Dignidad, Barrios de Pie, el MTR, Octubre y Somos. También participaron de la organización un nutrido núcleo de pastoras y pastores de la comunidad evangélica, que tras escuchar la propuesta se sumaron a la organización y se pusieron a disposición. La Municipalidad evaluó la situación y decidió hacer el segundo aislamiento social allí, donde existían organizaciones que reclamaban la política pública para casi tres mil familias. El desafío era considerablemente más grande que el de Llavallol.
Una preocupación anidaba en forma constante entre las organizaciones locales desde que las informaciones sobre el coronavirus comenzaron a ser cada vez más serias y abandonaron la lógica de la viralización de las redes. ¿Cómo hacer para cuidar los barrios? ¿Cómo disponer de la mejor manera los recursos limitados con los que cuentan las comunidades para que el golpe a recibir provoque el menor daño posible?
Apenas iniciada la cuarentena, Alberto, un histórico referente del barrio 1º de Octubre de Villa Fiorito, envió un email a dos compañeros suyos. Hizo un racconto de las salitas del barrio, las instituciones y movimientos locales, las condiciones de hábitat e hizo un cálculo muy duro que buscó intimar a su organización a actuar rápidamente. Crudamente, estimó el porcentaje de vecinos y vecinas que podían llegar a fallecer si continuaban las tasas de mortalidad y contagio que difundían los medios de comunicación y que podían encontrarse en internet. Unas semanas más tarde, un operativo de vacunación de personas de riesgo se llevó a cabo y llegaron donaciones de alimentos para aguantar la cuarentena. Semanas después, el DetectAr y el operativo integral llegaba a las inmediaciones del barrio.
Las crisis son momentos extremadamente disruptivos y críticos para los pueblos. Los agarran en las situaciones de precariedad en la que cotidianamente se desenvuelven, pero también en la fortaleza espiritual en la que se encuentran para unirse y juntar fuerzas. Las crisis permiten vislumbrar las anomias en las que vivimos, las falencias y vulnerabilidades de las instituciones y los estados en todos sus niveles. La pesadumbre ante la desigualdad puede generar un pesimismo que derive en la inactividad y la inercia política. La voluntad, la organización y el anhelo de una vida mejor mantienen las esperanzas en alto y permiten vislumbrar una salida.
Hoy se leen y escuchan voces que reiteran la polarización setentosa, ochentosa, noventosa y del siglo XXI que solo tiene frente de sí a dos actores falsamente contradictorios por prejuicios “intelectualoides”: el Estado y el mercado. El riesgo de reiterar esta falacia durante la pandemia es latente y ante todo es prioritario evitar que anide nuevamente en las conciencias. Aprender de la Historia no solo es dejar de mirar desde uno u otro polo, sino también buscar forjar algo nuevo que contemple la solidaridad y la ayuda mutua que brotan desde los llanos para resolver los problemas que atraviesa el país. La sociedad y la comunidad, expresadas en sus instituciones y asociaciones locales, en sus movimientos populares y organizaciones gremiales, no son sinónimos del “mercado” y las lógicas que domina su funcionamiento. Tal vez sea la hora de mirar con los ojos de las y los abajo, de integrar a la comunidad en todas las políticas públicas, para que la tan proclamada “nueva normalidad” sea armónica con su pueblo.
Comments