Finalmente, cinco meses después de asumir la Presidencia de Brasil (o también podríamos decir cinco meses después de lo esperado)(1) Jair Bolsonaro visitó Buenos Aires este 6 de junio pasado. Repasando la relación bilateral desde su asunción en enero hasta hoy, podremos observar algunas decisiones y discursos que perfilan un determinado interés por el vínculo con la Argentina. Sintomáticamente, hubo casi un hecho relevante por mes.
En primer lugar cabe destacar, tal como afirmó en octubre su ministro de Hacienda Paulo Guedes, que el Mercosur en general y la Argentina en particular ‘‘no han sido de interés’’ para el gobierno brasileño (más allá de las tensiones internas y disputas entre los distintos grupos de poder que se dividen los cargos en el ejecutivo del país canarinho). Sin dudas hoy estamos en condiciones de afirmar que la incipiente política exterior ideada por Bolsonaro prioriza la relación con Estados Unidos e Israel, y con Chile a nivel regional, en detrimento de antiguos aliados estratégicos. Un ejemplo de esto se ve precisamente en que nuestro país fue recién el cuarto destino detrás de los mencionados.
Retomando un análisis cronológico, el presidente Macri no presenció la asunción de Bolsonaro aquel lejano 1° de enero; sin embargo, dos semanas después el argentino visitó Brasilia con parte de su comitiva. Fue allí donde, en mi opinión, se perfilaron los ejes sobre los cuales girará la relación binacional bajo ambos mandatos, por lo menos durante el presente año: la situación de Venezuela (ambos son críticos acérrimos del gobierno de Maduro y del chavismo) y la flexibilización que debería tomar el Mercosur, priorizando el demorado acuerdo de libre comercio con la Unión Europea.
Por otro lado, entre fines de enero y comienzos de febrero, ambas administraciones reconocieron al opositor Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela y les otorgaron credenciales (simbólicas) a las embajadoras por él asignadas tanto en Brasilia como en Buenos Aires. Gesto que responde a una estrategia de presión diplomática contra el presidente electo Nicolás Maduro. Brasilia incluso ha ido más lejos, llegando a avalar la posibilidad de una intervención militar en territorio venezolano. Recordemos, además, que estas decisiones han sido completamente avaladas (e incentivadas) por el gobierno estadounidense de Donald Trump, y contaron con la venia del Secretario de Estado “yanqui” Mike Pompeo. Esto nos muestra la alineación total de ambas administraciones con el país del norte.
En marzo, luego de la reunión de Trump con Bolsonaro en Washington, el gobierno de Brasil acordó habilitar la importación de 750.000 toneladas de trigo de origen estadounidense sin el arancel del 10% que establece el acuerdo del Mercosur para productos extra-regionales. Argentina (principal exportador de esa materia prima a Brasil) se vio claramente perjudicada por esta medida: hasta estaría en condiciones de habilitar el sistema de solución de controversias del Mercosur por violación de una norma del bloque. Esta inacción quizá demuestre el interés –o desconocimiento– por parte del gobierno de Cambiemos acerca de los derechos y obligaciones que conlleva ser parte de este proceso de integración. De persistir tales acciones, el Mercosur estaría cerca de cumplir un viejo anhelo de los gobiernos liberales: la flexibilización del proceso, lo cual habilitaría la posibilidad para los Estados parte de firmar acuerdos bilaterales en vez de en bloque, como hasta hoy (por la decisión CMC 32/00).
Este foco de conflicto por el arancel del trigo a EE.UU., por otra parte, no fue abordado por el canciller brasileño Araujo en su visita llevada a cabo en abril. En cambio, sí estuvieron presentes en las reuniones los tópicos que se volvieron recurrentes en los discursos oficiales verdeamarelos: condena a los gobiernos de centroizquierda que gobernaron durante la última década en nuestros países mediante una especie de “cruzada contra la corrupción” (obsta aclarar, de los otros)(2), promesas de apertura al mundo, elogios a las políticas de ajuste comunes y cierta visión economicista de las relaciones internacionales presentadas falsamente como ‘’desideologizadas’’.
A su vez, en mayo uno de los hijos del presidente, el polémico diputado Eduardo Bolsonaro (PSL-SP) visitó el Congreso Nacional y dejó algunas definiciones de la prioridad del gobierno del padre: entre otras, presionar por un cambio de gobierno en Venezuela, agilizar la firma del acuerdo UE-Mercosur y una inédita injerencia en asuntos políticos internos con la ‘‘critica mediática de moda’’ hacia candidatos opositores.(3) No está de más agregar que, en los pasillos de Brasilia, suelen referirse a Eduardo como ‘‘el canciller paralelo’’ (idea que tomó fuerza cuando apareció junto a su padre en la mencionada reunión bilateral con Trump de Marzo).
Jair Bolsonaro, en el preludio a su visita, afirmó el pasado 1° de junio al diario argentino La Nación que los ejes del encuentro serán el largamente trabado acuerdo UE-Mercosur y el rol de presión del llamado Grupo Lima ante la situación Venezolana. Esa semana, a su vez, se materializó el encuentro en la capital argentina entre el ministro de Justicia brasileño el ex-juez Sérgio Moro y su par argentino German Garavano junto con la ministra de Seguridad Patricia Bullrich, con loas mutuas a las políticas de seguridad llevadas a cabo en ambos país.
Finalmente, durante la visita presidencial de este jueves 6 los discursos no se alejaron de la tendencia descripta en el presente artículo: condena al chavismo venezolano y foco en la demorada firma del tratado UE-Mercosur, además de una nueva declaración de apoyo a Macri y un llamado a los electores argentinos para votar en octubre ‘‘con la razón y no con emoción’’, como supone el presidente brasileño habría ocurrido en Brasil. A su vez, se mencionó un presunto proyecto de crear una Unión Monetaria bilateral con una moneda común que hasta tendría denominación ya: Peso Real. El proyecto llamó la atención, primero, pero rápidamente fue descartado por un comunicado oficial del Banco Central de Brasil que indicó no tener en carpeta ningún proyecto de ese estilo.
En el comunicado conjunto respecto del Mercosur se acordó revisar la tarifa externa común del bloque, sin más especificaciones. No se tocó el tema de habilitar negociaciones bilaterales, lo que remarca, como señalamos, un total desinterés por el proceso de integración. Asimismo, se diagramó una ambiciosa agenda bilateral, que abarca temas que van desde el combate al crimen organizado hasta la enseñanza del español y portugués. En un contexto de crisis política y económica –y año electoral– es muy poco probable que estos proyectos salgan del papel.
Como conclusión, en mi opinión la relación bilateral en lo que resta del 2019 girará en torno a la firma del Tratado con la UE (cabría preguntarse, después de más de 20 años de tratativas, qué sucederá si no se materializa la tan promocionada firma)(4), la repetida condena al régimen de Maduro en Venezuela y las declaraciones relativas a la coyuntura política electoral argentina (¿beneficiará a Macri el apoyo explícito de una figura como Bolsonaro?). Traduzco: de pocas a ninguna política concreta de relevancia para la integración regional el avance de las relaciones bilaterales se concretará –por lo menos en el corto plazo.
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