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¿Qué esperar del gobierno Bolsonaro? | Por Andrés Lagarde

Actualizado: 6 sept 2019


El año 2019 comenzó con la asunción de Jair Bolsonaro (Partido Social Liberal) como presidente de la República Federativa de Brasil, tras ser electo el pasado mes de octubre en segunda vuelta con cerca del 55% de votos –contra el 45% obtenido por candidato del Partido dos Trabalhadores, Fernando Haddad.


Capitán de reserva del Ejército brasilero, Bolsonaro fue Diputado Federal por el Estado de Rio de Janeiro por casi 28 años ininterrumpidamente, pasando por ocho partidos distintos desde 1991, por lo que en modo alguno es un outsider de la política. Desde ese recinto se tornó una figura conocida por sus posturas extremas principalmente en cuestiones de género (mujeres y comunidad LGBT), un exacerbado anticomunismo propio de la Guerra Fría y discursos en tono nacionalista con nostalgia de la última dictadura militar que gobernó Brasil (1964-1985), llegando incluso a defender la tortura como práctica legítima(1).

La escasa legitimidad del débil Partido Social Liberal obligó al Presidente electo a generar una red de alianzas para lograr fortalecer su candidatura. Así, Bolsonaro no sólo obtuvo el apoyo de amplios sectores conservadores como la llamada bancada Boi Bala Biblia en el Congreso Nacional (ruralistas, armamentistas y evangélicos), sino también de militares que dieron su apoyo explícitamente, además de los sectores más liberales de la economía. Gran parte de la sociedad brasilera de las regiones más prósperas (Sur-Sudeste), en cierto modo hastiada de los partidos políticos tradicionales que disputaron las últimas elecciones (PT y PSDB), brindaron también su acompañamiento en diversas manifestaciones callejeras, fundamentalmente por su marcado anti-Petismo.


En esta coyuntura, en la conformación del gabinete podemos evidenciar las diferentes posturas mencionadas: por un lado, los intereses pro mercado están personificados en la figura de Paulo Guedes (Ministro de Economía), un economista técnico neoliberal que nunca ocupó cargos públicos; por otro, los sectores de la política tradicional brasilera que tienden más bien hacia una negociación de tipo parlamentaria (lobby) con diversos actores de interés, representados fundamentalmente por el polémico Onyx Lorenzoni, Jefe de la Casa Civil (Secretario de Gobierno); por último, los militares de carrera, como en el caso del vicepresidente General Hamilton Mourao y de siete de los veintidós ministros(2), Que tienen una postura tradicionalmente más nacionalista y, en cierto punto, estatista. Todos ellos, atravesados por un marcado conservadurismo social, cualidad que se hace más evidente en aquellos Ministros ligados a las Iglesias Evangélicas (por ejemplo Damara Alves, ministra de Derechos Humanos, cuya reciente frase ‘‘ahora los chicos se visten de azul y las chicas de rosa’’ despertó polémicas).

Fuimos testigos de las palabras del Ministro Guedes, quien al conocerse los resultados de la elección en octubre dijo que el Mercosur y Argentina no serían prioridad para el futuro gobierno; afirmación revocada por el General Mourao, al mes siguiente, cuando estableció la prioridad del diálogo con nuestro país como socio estratégico y del fortalecimiento del Mercosur como acuerdo comercial. Asimismo, siguiendo con los temas de Política exterior, el militar contradijo al propio Bolsonaro cuando mencionó su interés en cuidar la pragmática relación con China, hostigada también por el flamante canciller Araújo (admirador de Trump) por ser un régimen comunista. "La posición brasileña ha estado siempre marcada por un cierto pragmatismo. Tenemos que buscar nuestros objetivos y los países que fortalezcan la conquista de estos objetivos" dijo Mourao al diario Folha de Sao Paulo (23/11/2018).


Por otro lado, el ala más liberal del gabinete tiene en miras la privatización de varias empresas estatales, entre ellas Eletrobras y Petrobras. Esta empresa, golpeada en la opinión pública por los recientes casos de corrupción, es vista por los militares como estratégica y son reacios a cualquier tipo de privatización e internacionalización de la misma. En noviembre, con las negociaciones para armar el Gabinete, ambos bandos procuraron colocar en la presidencia de la gigante estatal alguien que represente sus intereses. Finalmente, el propio Bolsonaro oficializó al economista Castello Branco como CEO y admitió la posibilidad de una privatización parcial de Petrobras (y otras empresas estatales ligadas). Asimismo, en los primeros días de enero el presidente aprobó la fusión de la fábrica de aviones Embraer con la multinacional estadounidense Boeing, sólo después de que un informe de los altos mandos de las Fuerzas Armadas diese su aval al ‘‘no representar un peligro para la soberanía nacional’’. Este gesto desorientó a la opinión pública, que daba como cierta la oposición de este sector a tal medida.


La primera semana del gobierno en la gestión culminó el pasado 8 de enero con otro desencuentro del equipo ministerial. Consultados acerca de la inminente reforma previsional, Guedes y Lorenzoni brindaron opiniones diferentes sobre el tema en la misma conferencia de prensa: mientras que para el primero debería hacerse urgentemente, para el otro sería en forma gradual y negociada.


Ante esta situación, la pregunta que surge es ¿cuál será el sector que logrará cooptar al otro y logrará imponerse marcando el rumbo de las políticas públicas de Brasil? ¿O serán facciones en permanente disputa, actuando el presidente Bolsonaro como árbitro que incline la balanza en una u otra dirección según el caso concreto? Los próximos meses serán claves para lograr esbozar una respuesta a estos interrogantes.


(1) En la sesión del Congreso con motivo del impeachment a Dilma Rousseff (abril de 2016), dedicó su voto a favor de la destitución al fallecido militar Brilhante Ustra, jefe del centro de represión y detención ilegal de la dictadura brasileña Doi Codi. La entonces presidente fue torturada por Ustra durante su prisión en los años setenta.


(2) Este número supera la cantidad de militares en primeras líneas del Poder Ejecutivo durante gobiernos dictatoriales (podemos citar como ejemplo al último gobierno de facto: Joao Figueiredo -1979 a 1985- tuvo cinco militares en caragos ejecutivos).

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