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Desarrollo sostenible y democracia con justicia social

Actualizado: 8 mar

Los mecanismos democráticos del siglo XXI exigen una ética de la responsabilidad socioambiental.


POR Gustavo Ignacio Míguez y Juan Facundo Muciaccia




Hay una cantidad y, de hecho, sobreabundancia de definiciones de desarrollo sostenible

al punto que se perdió el sentido original del concepto.

El término es maleable y esa plasticidad le dio su fuerza.

En cuanto a la forma, se refiere a la vez a un límite físico (lo que puede tolerar el planeta)

y una justificación moral (aquello que se puede defender con todo derecho).

Tiene un gran mérito: conectar los desafíos ecológicos con la cuestión de la desigualdad.

Es cierto que se le puede reprochar que no evoca explícitamente

el principio de justicia que lo fundamenta:

sin duda, sería más claro hablar de “desarrollo justo” o “desarrollo equitativo”.

Éloi Laurent, Ecología Social, 2011.


El mundo debe salir de una etapa egoísta y pensar más en las necesidades y esperanzas de la comunidad. Lo que importa hoy es persistir en ese principio de justicia para recuperar el sentido de la vida, para devolver al hombre y la mujer su valor absoluto. Hay que levantar ahora, además, y con gran vigor, el poder del espíritu y la idea, teniendo en cuenta que el bienestar material no debe aniquilar los básicos principios que hacen tanto del hombre como la mujer seres libre, realizados/as en sociedad y valorizados/as en su plena dignidad. En ese marco, toda lucha actual por la liberación es una lucha por los recursos y la preservación ecológica en un mundo geopolíticamente multipolar.

En su famoso “Mensaje ambiental de los pueblos y las naciones del mundo” (1972), Juan Domingo Perón señalaba que esta dimensión ambiental cobraba especial relevancia porque, así como cada nación tiene derecho al uso soberano de sus recursos naturales, al mismo tiempo, cada gobierno está obligado a exigir a sus ciudadanos su cuidado y utilización racional. Desde ningún punto de vista el derecho la subsistencia individual nos exime del deber de la supervivencia colectiva. De allí el señalamiento de que “el lucro y el despilfarro (como una unidad de sentido) no pueden ser el motor básico de sociedad alguna”, a pesar de lo que los sueños neoliberales contemporáneos pregonen. Y de allí, también, que la justicia social se erija como concepto central para pensar las grandes problemáticas de nuestra vida democrática en el siglo XXI.


(…) Ya no puede producirse un aumento en gran escala de la producción alimenticia del Tercer Mundo sin un desarrollo paralelo de las industrias correspondientes. Por eso cada gramo de materia prima que se dejan arrebatar hoy los países en vías de desarrollo, equivale a kilos de alimentos que dejarán de producirse mañana.

Juan Domingo Perón, “Mensaje ambiental de los pueblos

y las naciones del mundo”, Madrid, 21 de febrero de 1972.

El momento actual, presagiado en el texto de de 1972, está definido por los modos en que liberales y globalistas han impuesto un modelo hegemónico de poder. Para ello han utilizado diferentes tipos de argumentos y prejuicios, y han logrado mantener dividido cualquier movimiento que intente construir una política independiente o de emancipación por fuera de su influencia. Por eso es que debemos volver a las fuentes del pensamiento de Juan Domingo Perón de forma prospectiva. Para proyectarlo hacia el futuro mediante la unidad de las fuerzas sociales y políticas bajo la justicia social y la soberanía política en la ardua batalla por nuestra autonomía respecto de los poderes globales.

Pareciera que hablar en el siglo XXI de estar a favor del Estado nacional y el pueblo sea un crimen según los y las liberales y globalistas, algo que rápidamente se busca enmarcar toda discusión en una denuncia mediática de argumentos fascistas o populistas. Lo que se esconde, en realidad, bajo esa vociferación ensayada –coaching mediante– es el intento de no dar la discusión en cuestiones estratégicas. Si aceptamos esta censura mediante los instrumentos discursivos (cuyos aglomerados mediáticos tienen a su favor), seguiremos perdiendo terreno hasta transformarnos en personas en soledad sin pertenencia ni identidad.

Por tal motivo, los países de Sudamérica deben continuar el camino iniciado por Perón y buscar mejorar sus posibilidades de aplacamiento de los efectos negativos de la globalización a través de la constitución de bloques regionales (Estado-Continentales[1]), en donde se compatibilicen intereses y se multipliquen políticas de desarrollo productivo. En la medida en que los bloques regionales en América del Sur se fortalezcan y expandan, pasando de ser mercados comunes a ser verdaderas comunidades de naciones sudamericanas, con objetivos comunes en materia de política exterior, de política ambiental, social, económica y cultural, lograremos ir en la dirección correcta.

¿Por qué decimos que esa dirección es la correcta? Porque el mundo contemporáneo experimenta un peligro que afecta a toda la humanidad y pone en riesgo su supervivencia, y nos obliga a plantear la cuestión en nuevos términos, algo que impone la necesidad de superar las divisiones partidarias y entra en la esfera de las relaciones de la humanidad con la naturaleza. Entendemos que ha llegado momento que todos los pueblos y los gobiernos del mundo cobren conciencia de la marcha suicida que la humanidad ha emprendido a través de la contaminación del ambiente y el impacto en la biósfera, de la dilapidación de los recursos naturales (y de lo que implica considerar a la naturaleza sólo como “recurso” disponible para su explotación), de la sobreestimación de la tecnología sin un horizonte de justicia social. Estamos hoy ante la necesidad de modificar inmediatamente la dirección de esa marcha a través de la acción mancomunada nacional e internacional.

Y Perón fue uno de los primeros líderes políticos importantes que asumió la cuestión ecológica como un programa en su triple dimensión: nacional, continental y mundial. En el ya citado “Mensaje a los Pueblos y a los Gobiernos del Mundo”, había asentado una posición clara en esta línea de pensamiento:


El ser humano, cegado por el espejismo de la tecnología, ha olvidado las verdades que están en la base de su existencia y, así, mientras llega a la luna gracias a la cibernética, la nueva metalurgia, los combustibles poderosos, la electrónica y una serie de conocimientos fabulosos, mata el oxígeno que respira, el agua que bebe y el suelo que le da de comer, así como eleva las temperaturas permanentes del medio en que vive sin medir las consecuencias biológicas. Ya en el colmo de su insensatez, mata al mar que podría servirle de última base de sustentación.


Aparece entonces un recurrente del “Mensaje a los Pueblos”: debemos cuidar nuestros recursos estratégicos con uñas y dientes de la voracidad de los monopolios internacionales, que “los buscan para alimentar un tipo absurdo de industrialización y desarrollo en los centros de alta tecnología donde rige la economía de mercado”. Grave resulta el hecho de que los sistemas sociales de despilfarro de los países tecnológicamente más avanzados funcionan mediante el consumo de ingentes recursos naturales aportados por el Tercer Mundo. De este modo, y siguiendo el razonamiento, el problema de las relaciones dentro de la humanidad es paradójicamente doble:


(…) algunas clases sociales –las de los países de baja tecnología en particular– sufren los efectos del hambre, el analfabetismo y las enfermedades, pero al mismo tiempo las clases sociales y los países que asientan su exceso de consumo en el sufrimiento de los primeros, tampoco están racionalmente alimentados, ni gozan de una auténtica cultura o de una vida espiritual o físicamente sana. (…) Se debaten en medio de la ansiedad y del tedio y los vicios que produce el ocio mal empleado.


Las indebidas utilizaciones de tales mecanismos de difusión cultural enferman espiritualmente a las personas, haciéndolas víctimas de una patología compleja que va mucho más allá de la dolencia física o psíquica. Este uso vicioso de los medios de comunicación masivos implica instrumentar la imagen del placer para excitar el ansia de poseer objetos por el hecho de poseerlos, para luego descartarlos sin más. La técnica de difusión de la que hablamos absorbe todos los sentidos de la subjetividad humana a través de un sistema de penetración y una consecuente mecánica repetitiva que diluye toda capacidad crítica. En la medida en que los valores se vierten hacia lo sensorial, dejamos de madurar en todos los múltiples sentidos la vida, deviniendo entonces en “hombres-niños”.

En otro de los grandes textos de esa época, quizás el más importante y acabado, Perón señala que “un ser que nunca colma su apetencia, que vive atiborrado de falsas expectativas que lo conducen a la frustración”, al inconformismo sin horizonte o proyecto, y a la agresividad insensata para con el mundo, para quienes lo habitan y para consigo mismo. En otras palabras, un sujeto que “pierde progresivamente su autenticidad y anula su capacidad creativa para convertirse en pasivo fetichista del consumo, en agente y destinatario de una subcultura de valores triviales y verdades aparentes” (Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, 1974).

Esta crítica profunda a la mal llamada “sociedad de consumo” surge de un diagnóstico sobre las consecuencias a las que nos dirigen las sociedades tecnificadas (tecnocracias) al creer ciegamente en un progreso y modelo económico lineal e incuestionable. Esta última crítica que hace Perón es algo compartido por una diversidad de filósofos y líderes políticas de la posguerra. Recordemos que la técnica, pensado como un bien absoluto, es la que nos condujo a la invención de las bombas nucleares, y con ello, a la posibilidad –por primera vez en la historia de la Humanidad– de destruir el mundo y a nosotros y nosotras con él. Perón señala la insensatez de producir bienes de consumo cada vez más sofisticados a costa de la destrucción del mundo y de nuestro bienestar, que no es sólo material sino también espiritual-cultural (y recordemos que es la integración de ambas esferas es lo que hace a una vida sana). Aquí es donde entra la otra muy necesaria dimensión de todo análisis sobre el desarrollo sostenible: la geopolítica. Porque son los países “más avanzados” los que producen la mayor destrucción del ambiente. Y son los y las más pobres de los países más pobres los que primeramente sufren el descalabro socioambiental. Para que las potencias puedan vivir esa cultura de despilfarro necesitan consumir –léase: destruir sin regular– los recursos naturales del llamado Tercer Mundo. Lo interesante del señalamiento de Perón es que tampoco las clases sociales que despilfarran logran una racionalidad en su alimentación, ni la salud física-espiritual que se supone debería generarse mediante la tecnificación consumista de nuestras vidas.

Por eso, para lograr una transformación profunda de las condiciones que exportan los países que son potencias a países como el nuestro, es necesario reforzar los mecanismos democráticos, para lograr verdadera representatividad popular. Allí aparece el concepto de democracia social integrada: una democracia plena de justicia social. Social porque el actor principal es el pueblo organizado, que deviene “artífice de su propio destino” y deja de ser víctima individualizada y aislada de estos padecimientos de exportación. Su finalidad es el bienestar general, el bien común, la felicidad del pueblo, y allí encontramos el equilibrio entre los derechos individuales y comunitarios.

¿Cuál es la premisa de este pensamiento democrático de Perón? Que en Latinoamérica los gobiernos deben ser esencialmente populares. Esto significa: que sean ampliamente representativos y tengan un apoyo electoral amplio y mayoritario como base para la enfrentar, cuando sea necesario, o limitar en su defecto el accionar de los grupos e intereses minoritarios. Porque siempre que hay intereses foráneos en los países en vías de desarrollo estos se apoyan en socios locales que conforman pequeñas élites minoritarias.

Frente a ello, los mecanismos democráticos deben pensarse de un modo socioambientalmente responsable, e integrar a todos los sujetos excluidos de los debates profundos sobre nuestro país: “la representatividad de la democracia social integrada era mucho más consistente que la representatividad de enfoque liberal que solo participaban los profesionales de la política o dirigentes políticos, excluyendo a los trabajadores y a sus representantes”. Y por ese motivo, también, es que el Modelo es escrito para toda una Nación, pero dirigido especialmente a quienes tienen una responsabilidad pública. De ahí que sostenga el deber de realizar “un serio esfuerzo para jerarquizar el funcionario público, restituyendo la dignidad que el país le había reconocido”. Y esta es la razón, a su vez, de la centralidad que ocupa en este texto y en su legado imperturbable el reconocimiento explícito a los trabajadores y las trabajadoras como partícipes indispensables para este nuevo proceso histórico. No hay que olvidar que la organización de la columna vertebral del movimiento tiene como mandato político y ético continuar ese camino que había sido preanunciado en la Comunidad Organizada:


(…) organizándose para que su participación trascienda largamente de la discusión de salarios y condiciones de trabajo. El país necesita que los trabajadores, como grupo social, definan cuál es la sociedad a la cual aspiran de la misma manera que los demás grupos políticos y sociales.

Ello exige capacitación intensa y requiere también que la idea constituya la materia prima que supere a todos los demás instrumentos de lucha.

El trabajo es un derecho y es un deber, porque es justo que cada uno produzca por lo menos lo que consume. En la comunidad a la que aspiramos, la organización de los trabajadores es condición imprescindible para la solución auténtica del pueblo. Las organizaciones sindicales viven el impulso de esa solidaridad, que es la que da carácter permanente a la organización, y la única fuerza indestructible que la aglutina.

Juan Domingo Perón, Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, 1974.


*

[1] Referencia tomada de la obra del gran Alberto Methol Ferré, quien aboga por un análisis geográfico de la política y un análisis político de la geografía y reconoce que, si han sido las grandes potencias las que han pensado con mayor profundidad la dimensión espacio-tiempo, debe reconocerse que sólo “por mediación del saber de las grandes geopolíticas, es que los Estados pequeños [pueden] elaborar las propias” (Methol Ferré, 2009, p. 90). Al adoptar esta postura y recapitular sobre los primeros geopolíticos (provenientes de Inglaterra, Alemania y Estados Unidos), el esquema de pensamiento de Methol-Ferré permitirá comprender la posición que ocupa América Latina en el espacio-tiempo mundial, en función de la lectura de las potencias imperiales y en el marco de la visualización de tres etapas de globalización. Para tal fin, el autor rescata como elemento de síntesis la noción de “Estado-Continental”.

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