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La obstinada persistencia del correísmo ante el triunfo de Lasso

La apuesta a la reconfiguración del escenario ecuatoriano


POR Federico Montero*



Las elecciones en Ecuador expresan la primera derrota en presidenciales del correísmo y el retorno de un representante directo de la banca al gobierno del país. También la emergencia de nuevos actores y la existencia de un proceso de renovación aún abierto dentro del movimiento indígena. A pesar de ello, merece destacarse la obstinada persistencia del correísmo que logró la mayoría en la Asamblea Nacional y parece dispuesto a dar pelea.


Sorpresas te da la vida. Habiendo estado en las horas siguientes al 7 de febrero a punto de quedarse afuera de la segunda vuelta, el pasado 11 de abril, Guillermo Lasso logró revertir una diferencia de 13 puntos desde la primera vuelta, en la que Andrés Arauz había obtenido un 32%, capitalizando la mayor parte de los votos del tercer y cuarto candidato, Yaku Pérez y Xavier Hervas.



El resultado de la primera vuelta convenció a Lasso de que si bien el anticorreísmo era un sentimiento dominante, no había producido una polarización sino que había demandas de nuevo tipo que debía articular. Contando con el capital de haber enfrentado en dos elecciones anteriores al propio Correa, Lasso supo imprimirle un cierto sentido de hazaña a la remontada, jugando de atrás con una combinación de planificación y apertura a la confrontación en la jerga de redes y memes, que se manifestó en los días del debate presidencial.

Para ello diseñó una campaña de articulación de demandas heterogéneas centrada en la proximidad, la empatía y la emotividad con el sello de Durán Barba. Este discurso pudo más que la apelación más ideológica de Arauz a ese mismo electorado, a través de una convocatoria a una convergencia entre el progresismo, la plurinacionalidad y la socialdemocracia.

El clivaje del que se valió Lasso – el anticorreísmo – fue más eficaz que el que propuso Arauz – el antineoliberalismo – y fue favorecido por la conducta de Yaku Pérez y Xavier Herbás y su electorado. Esos electores mayoritariamente votaron en la segunda vuelta por Lasso o engrosaron el voto nulo, que pasó del 9 al 17% entre ambas vueltas, fundamentalmente centrado en los departamentos donde Yaku Pérez había obtenido mayor caudal de votos.



Tres asimetrías importantes permitieron sustentar esta remontada: la asimetría de recursos económicos, que favoreció desproporcionadamente al banquero Lasso, la asimetría en la instalación y el tratamiento en los medios de comunicación y redes sociales, y la asimetría estratégico organizativa de la campaña, con la mitad del bunker de Arauz en el exilio y su fuerza en proceso de reorganización tras 4 años de persecución.

Aunque la crisis social, económica y sanitaria de Ecuador encuentra su principal responsable en Lenin Moreno y las fuerzas que ayudaron a su gobernabilidad, entre las cuales se sitúa el propio Lasso y hasta las movilizaciones de 2019, un sector del movimiento indígena, el anti correísmo fue la matriz que terminó definiendo la elección en la segunda vuelta. Lasso logró articular desde ese discurso, demandas que no necesariamente coinciden con su identidad ni programa político y esa fue la clave para la segunda vuelta.


La obstinada persistencia del correísmo


A pesar de haber sido derrotado en la segunda vuelta, Arauz logró un 47% de los votos en una elección cuesta arriba y sentó las bases de la renovación del movimiento político. Contra todas las restricciones legales e institucionales, la proscripción de Correa, la estigmatización de los medios de comunicación y el quiebre prolongado de su estructura política y militante tras cuatro años de exilio y persecución.

Subrayar que la elección fue la reafirmación de la existencia del correísmo no equivale a eludir las críticas que algunos análisis esgrimen sino situarlas en un contexto de significación política más amplia. Esta no fue una elección más. No es exagerado decir que si para Lasso fue una disputa electoral, para el correísmo fue una disputa existencial: a nivel de la existencia de la libertad física de sus dirigentes, que aún no está garantizada, de la existencia colectiva de su organización tras haber perdido su partido político y tener a su conducción en el exilio y finalmente a nivel de su presencia como experiencia transformadora en la memoria histórica del pueblo ecuatoriano.

A diferencia del kirchnerismo durante el gobierno de Macri, o del MAS durante el gobierno de facto de Añez, el correísmo tuvo que hacer frente a una persecución persistente en condiciones organizativas muy precarias derivadas algunas de su génesis y otras de una cierta inclinación tecnocrática en el armado de la fuerza política. La crisis que antecedió a la llegada de Rafael Correa al gobierno no sólo barrió con la legitimidad de los partidos hasta entonces existentes sino también de las mediaciones sociales, la principal de ellas la propia CONAIE que venía del fracaso de la experiencia de Lucio Gutiérrez. No aparecía allí ni el movimiento obrero, ni movimientos sociales medianamente estabilizados, ni las fuerzas armadas, todas estructuras organizativas que sustentaron otros procesos populares por la misma época. De ahí que Correa nominara al proceso como “revolución ciudadana”.



A pesar de haber reunido a importantes cuadros de la izquierda ecuatoriana y de los movimientos sociales, Alianza País, la fuerza que fundó Correa, se fundó desde el gobierno y mayoritariamente se quedó en él cuando los dirigentes críticos a Moreno plantearon sus diferencias y rompieron.

Desprovistas de los recursos del estado nacional, las redes organizativas y estructuras militantes del correísmo se mantuvieron pero raleadas con la ayuda de unos pocos gobiernos locales que lograron sostener. En esas condiciones, tuvieron que desarrollar estrategias de supervivencia y restablecer formas de enlace entre distintos sectores del movimiento: la conducción en el exilio, las conducciones de gobiernos locales y las redes y movimientos sociales. Cada uno de ellos en condiciones diferentes y con necesidades y objetivos tácticos divergentes y por momentos contradictorios, todo ello agravado por la presión del gobierno y la estigmatización.

Las dificultades de coordinación derivadas de esa situación se expresaron en la campaña y en parte explican las dificultades y el resultado, que es tanto una derrota electoral como una reafirmación de que el correísmo existe y es la primera minoría en la Asamblea Nacional. Todas las críticas y el necesario ejercicio de autocrítica tienen como base ese supuesto, que hace un año o dos, no era evidente. En ese sentido, la derrota electoral del correísmo no significa necesariamente una derrota política. Todo depende de cómo siga la película.


Un resultado estrecho con alto grado de incertidumbre


El resultado fue ajustado y contradijo lo que habían pronosticado la mayoría de los sondeos: de 17 aprobados por el CNE, sólo 2 indicaban el triunfo de Lasso, un yerro de las encuestas que ya es común en las elecciones a nivel regional y global.

Meses antes de la primera vuelta, se especulaba que las chances del correísmo, con la cancha inclinada y un candidato poco conocido, estaban en obtener los 40 puntos necesarios para evitar la segunda vuelta, esperanza que se sostuvo hasta que empezaron a conocerse los resultados del 7 de febrero. El buen desempeño de Hervas y de Pérez en la primera vuelta desarmó la idea de la polarización electoral, afectando los planes tanto de Lasso como de Arauz.

Sin embargo, las tensiones entre Yaku Perez y Lasso por el segundo puesto y ciertas turbulencias al comienzo de la campaña de la segunda vuelta le abrieron una luz a Arauz. ¿Nadie vio venir la remontada de Lasso? El amesetamiento del crecimiento de Arauz y el buen desempeño en el debate acrecentaron la confianza de Lasso y eran indicios, pero la derrota del correísmo, aún disminuido, debía ser algo difícil de dar por sentado para alguien que ya había sido derrotado dos veces por Correa.

Esta incertidumbre parece haber afectado más al campamento correísta que al de Lasso. El bunker de Arauz, además de ser más precario – como se señaló más arriba – confiaba en una matriz territorial de agregación de votos que a la luz del escrutinio resultó atrasar un poco. Esa imagen había sido erosionada en los cuatro años de gobierno de Lenin Moreno, y potenciada por la campaña de Lasso, y los posicionamientos de Pérez y Herbas. La sociedad ecuatoriana se volvió más opaca para el correísmo. El 11A mostró que los núcleos correístas fueron menos potentes de lo que se esperaba, los anticorreístas más expansivos y las zonas en disputa – la sierra media y los departamentos de la amazonía indígena – se inclinaron mayormente contra Arauz, ya sea hacia Lasso o por el voto nulo.

Más allá de la incertidumbre, en lo inmediato, los estrechos 3 puntos que de haberse dado vuelta hubieran cambiado la elección, se perdieron sobre todo en las dificultades de la campaña para conectar con los sectores urbanos más alejados de la política, en los jóvenes atravesados por la socialización de la pantalla táctil, en los sectores indígenas que sienten que el correísmo no los representa, en las demandas de una agenda de nuevo tipo, todo sobre un telón de fondo de crisis económica, social y sanitaria prolongada. En un escenario de paridad, ningún detalle es menor, incluida la capacidad de desplegar una efectiva fiscalización en las mesas de votación, y en la carga de resultados, en un proceso electoral donde las instituciones no fueron neutrales y la presencia de los observadores de la OEA fue dominante.

Esta explicación centrada en las dificultades en la campaña, tiene su contrapartida en tendencias de mediano plazo que afectaron a los procesos populares de comienzos de siglo al promediar sus gobiernos, allá por 2013. De las protestas que arruinaron la previa del mundial en Brasil, al conflicto del Tipnis en Bolivia, pasando por la ruptura de un sector del peronismo bonaerense con CFK en Argentina y los conflictos del movimiento indígena con Correa, todos eran indicadores de un escenario político que se complejizaba con la aparición de demandas de nuevo tipo, disidencias con las que lidiar, la aparición de oposiciones de derecha en condiciones de disputar y los dilemas de la necesaria renovación.

En definitiva, el 11A se dieron cita determinantes de corto y mediano plazo que obligan a pensar en la dificultad para representar lo diferente y recuerdan que la mayoría electoral es el resultado de un minucioso trabajo de articulación en sociedades partidas y exasperadas por la pandemia y las pantallas.



La cuestión de Lenin Moreno y la responsabilidad de la crisis


El gobierno de Lenin Moreno se retira con una de las más bajas aprobaciones en la historia del país, habiendo aplicado un fuerte programa de ajuste, rompiendo su alianza con Correa e incumpliendo su promesa con su electorado. Moreno buscó gobernabilidad prestada en los sectores antagónicos al correísmo pero se quedó sin sustento propio más que la institucionalidad gubernamental, que movilizó para quebrar al sector que se mantuvo fiel a Correa a partir del referéndum constitucional y consulta popular de 2018. En un escenario de retracción del precio del petróleo, Moreno recurrió al endeudamiento externo y al FMI. La contracara de las medidas de ajuste recomendadas por el organismo fue el ascendente ciclo de movilización popular que estalló en octubre de 2019, seguida de una muy precaria gestión de la pandemia.

Sin tradición de movilización ni capacidades organizativas, con su conducción exiliada, el correísmo asistió perplejo a la reaparición del movimiento indígena en el centro de la escena de resistencia al ajuste. Los dirigentes correístas que levantaron el perfil y mostraron solidaridad con las demandas fueron perseguidos y encarcelados. Las movilizaciones de octubre de 2019 y su feroz represión instalaron al movimiento indígena en la escena nacional y conmovieron a los sectores urbanos. Más allá de las diferencias entre la vieja guardia, los liderazgos emergentes y la figura de Yaku Pérez, la presencia de este actor potente y más bien anticorreísta impugnando al gobierno de Lenin complicó mucho la capitalización del descontento con el gobierno por parte del correísmo.

Con la irrupción de la pandemia, el empeoramiento de las condiciones objetivas de los sectores populares convivió con el congelamiento de la escena callejera en la foto de octubre de 2019 y el desplazamiento del debate al plano institucional donde se dio el intento de proscripción del correísmo. La toma de partido – por momentos contradictoria – de las distintas autoridades electorales y gubernamentales en la tarea de la configuración de la competencia electoral fue ostensible y valió el involucramiento de distintos actores internacionales.

Esta situación produjo distintos efectos. En primer lugar obligó al correísmo a dedicar sus escasos recursos organizativos y energías de sus liderazgos a la lucha por no quedarse afuera de la elección. En cierta forma, la necesaria campaña contra la proscripción y por la libertad de sus dirigentes le quitó energía a la denuncia de la tragedia sanitaria en la que el manejo de la primera ola de Covid sumió a la sociedad ecuatoriana.

De cara a las elecciones, no teniendo un candidato claro, no hubo quien “pagara el costo” de la situación actual en Ecuador y por ende la propia crisis fue objeto de disputa entre Araúz, que asignaba responsabilidad a Lasso por compartir funcionarios y concepciones con el gobierno de Lenin, y Lasso, que le asignaba al correísmo una continuidad de crisis y corrupción de los gobiernos de Correa y Lenin.


Yaku Pérez, Xavier Hervas y la dificultad de la articulación de lo diverso


Los resultados de la segunda vuelta mostraron una clara partición electoral entre la zona costera, donde se impuso Arauz, y la zona de la sierra, donde triunfó Lasso. Si se compara esta situación con la primera vuelta, resulta que en la mayor parte de la zona serrana el triunfador había sido Yaku Pérez. ¿Cómo explicar este fenómeno?

Ecuador es un país heterogéneo en cuanto a su realidad social y cultural y esto se traduce en las representaciones sociales, liderazgos y comportamiento electoral. Desde su surgimiento, la base territorial del correísmo tuvo un desplazamiento hacia la costa, geografía en la que se impuso el 11A. Como contrapartida, en la sierra está la fuerza del anticorreísmo, que concentra tanto los votos de Lasso como los de Yaku Pérez. En ese escenario, Arauz no logró posicionarse como un “mal menor” frente al electorado neutral. En la segunda vuelta, los votos de la sierra que podrían no haber ido a Lasso, fueron mayoritariamente votos nulos.

Conocidos los resultados de la primera vuelta, una de las primeras cosas que hizo Andrés Arauz, mientras Lasso disputaba con Pérez su boleto al 11A, fue convocar a una convergencia entre el progresismo, la plurinacionalidad y la socialdemocracia. Se refería de esta forma a la unidad de sus electores con los de Pérez y Hervas. Sin embargo, en los hechos, ese electorado mayormente terminó inclinándose por Lasso o votando nulo.

A partir de lo anterior, algunos analistas han señalado esa dificultad como propia de la fragmentación o falta de unidad de la izquierda. Está claro que la clave de la segunda elección estaba en la apelación al electorado que no había votado ni por Arauz ni por Lasso en la primera vuelta. El tema era cómo conseguirlo. Con los resultados a la vista, resultó más exitosa la apuesta de Lasso por una articulación diferencial de las demandas que cada una de esas candidaturas había representado, que la convocatoria en términos de restablecimiento de una unidad perdida mediante una convocatoria de tipo ideológica. Arauz eligió un camino intermedio, que fue una convocatoria a la articulación de identidades, en una suerte de agregación desde la positividad de cada una.

La principal razón por la que prevaleció la estrategia de Lasso ya ha sido mencionada y es el anticorreísmo como entramado de fondo, aunque no necesariamente dominante, en estas dos expresiones políticas y que se volvió explícito en declaraciones de Hervas y Yaku Pérez.

Pérez capitalizó hacia un indigenismo de tipo multicultural, una de las tendencias dentro del movimiento indígena, el saldo de las movilizaciones de octubre del 2019. A su vez, su discurso en defensa de la Pachamama sintonizó con la nueva agenda de sensibilidad anti extractivista y ambiental, construyendo así un puente entre el mundo de la sierra y un sector de la juventud urbana. El lema “Yaku es pueblo” le permitió conectar también con los sectores urbanos empobrecidos por la crisis económica.

Por herencia de los conflictos de la última etapa del gobierno de Correa que en campaña Arauz no supo o no pudo desarticular, esta agenda se le fue haciendo cada vez más hostil. De esta forma, su apelación a la confluencia con “la plurinacionalidad” devenía abstracta ya que ese sector social se identificaba más con la agenda anti extractiva y de defensa de los bienes comunes como el agua, que con la demanda plurinacional.

Tanto por los resultados de la primera vuelta como por el voto nulo, estas elecciones marcan el regreso al centro de la escena política del movimiento indígena, que será un actor determinante en la continuidad del proceso político, fortaleciéndose en el debate interno el sector que plantea un camino autónomo de Lasso y del correísmo.

La dificultad en la conexión de Arauz con el electorado de Hervas en la segunda vuelta tiene una explicación análoga pero quizás sea menos difícil de revertir en el futuro para el correísmo si se da una estrategia adecuada.

Xavier Hervas, un joven empresario, utilizó la estructura del partido Izquierda Democrática, de raíz socialdemócrata, para explotar un perfil de nuevo fenómeno político orientándose hacia un núcleo de electores jóvenes urbanos más esquivos a la retórica ideológica clásica. Lejos de presentarse como la continuidad de la tradición del partido que fundó Rodrigo Borja, Hervas jugó a expresar una renovación del partido a partir de un discurso crítico de los políticos tradicionales.

En la primera vuelta, Hervas logró un 16% centrándose en esa campaña, con fuerte impacto en Quito, la capital del país. Aunque la propia candidatura de Arauz representó un intento de renovación política y generacional en el correísmo, no logró conectar plenamente con esta nueva agenda y sus formas culturales. En la segunda vuelta, Lasso, un banquero de 65 años, logró dejar atrás su imagen acartonada y logró disputar esa agenda.

Al igual que la reaparición del indigenismo, esa nueva agenda de demandas, de carácter más urbano y generacional, interpeló de manera oblicua al correísmo, con respuestas ambivalentes y errores de posicionamiento. Esta nueva agenda ciudadana, centrada en las cuestiones de género, ambientales y culturales, es propia de una generación juvenil, cuya socialización está atravesada por la lógica de la comunicación en redes sociales.



* Nota publicada en Observatorio del Sur Global


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