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Las Malvinas de Sarmiento



Por Gustavo I. Míguez y José E. Hage


La semana en que conmemoramos los 42 años del inicio de la Guerra de Malvinas cerró con un acto en Ushuaia del presidente Javier Milei junto a la generala Laura Richardson, jefa del Comando Sur. Allí, luego de entonar con sumo –demasiado– respeto el himno estadounidense, el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas argentinas defendió la importancia del fortalecimiento de una alianza estratégica con la potencia del Norte.

En su discurso, Milei insistió con nuestro justo reclamo soberano por las Malvinas, causa nacional inclaudicable. Y ahí entramos en un verdadero berenjenal, dado que lo hizo desconociendo por completo que fue la Goleta de Guerra Lexington, de Estados Unidos, la que arrasó Isla Soledad entre 1831 y 1832, encarcelando a sus habitantes y a Luis Vernet, comandante político y militar del archipiélago designado de manera legítima por Buenos Aires años antes. Y porque brilló por su ausencia, también, el señalamiento de que la connivencia entre el país norteamericano y las fuerzas británicas se extendió incluso durante la Guerra, un siglo y medio después de la ocupación ilegítima de nuestro territorio isleño.

Traer al presente los dramas de la historia nacional y reconocer su complejidad, en vez de iluminar los escorzos que nos convienen de cada acontecimiento, nos permite desnudar los numerosos interrogantes que arrecian en la utilización caprichosa de un panteón de figuras –Roca, Alberdi, por ejemplo– que Milei evoca cada vez que tiene oportunidad.

Con esto en mente, compartimos con los lectores del CEDI un brevísimo adelanto de nuestro libro La Delta. Sarmiento y la imaginación territorial (EME), ensayo de filosofía política que invita a la siguiente reflexión: ¿Cómo pensar(nos) desde el agua, entre la tragedia y la utopía? Una pregunta que esboza un posible recorrido por el elemento acuático en la escritura de Domingo Faustino Sarmiento desde sus diversos registros: el mar, los ríos, la laguna y la Delta. Un gesto tal vez anacrónico, pero no por eso menos justo. Justo con el pasado y, sobre todo, con algunas preguntas sarmientinas que quizás por extemporáneas hemos relegado al archivo polvoriento o al miedo de mirarnos en su espejo. Un libro, en definitiva, que revisita la figura telúrica del Desierto, tan predominante en las lecturas de su obra monumental, el Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas (1845), al punto de quitar centralidad al elemento líquido, el cual puede –y debe– ser pensado como su otro entrelazado, en tanto somos una nación marítima que sigue dándole la espalda a ese inmenso azul del mapa que la constituye.

En sus páginas, La Delta se detiene en uno de los mojones inexplorados dentro de la obra sarmientina: la breve y enérgica “Historia de la cuestión Malvinas”, escrita en 1866, en la cual Sarmiento denuncia, precisamente, la injerencia norteamericana, además de “los ultrajes hechos a la soberanía de la República Argentina por un Cónsul y un Comandante de buque de los Estados Unidos”. Allí, además, el sanjuanino exige una “reparación del agravio con indemnización de los daños” para el gobernador Vernet y expone la intrínseca relación entre la Doctrina Monroe y los destinos de los territorios y pueblos sudamericanos, dado que a Malvinas “fueron fuerzas norteamericanas las que las despoblaron, y fueron las doctrinas del Ministro Baylies las que indujeron a la Inglaterra a apoderarse de ellas”.

Nos interesa rescatar este proyecto inconcluso sarmientino porque se suma a una saga de potentes textos de autores que pensaron el Estado como el lugar de realización de los sueños utópicos de nuestra nación. Una concepción muy alejada, por otra parte, de la de los anarquismos y socialismos de fines de siglo XIX, los cuales, a pesar de su franca oposición y lucha contra los gobiernos de la Generación del ’80 son, sin embargo, vectores importantes e ineludibles del antiestatalismo que ejerce sobrada influencia en el diseño del experimento anarco-paleo-capitalista-minarquista-liberal-libertario del actual presidente.

 

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«Argirópolis –texto de 1850 donde el sanjuanino imagina en la isla Martín García, todavía ocupada por Francia, una nueva Capital para nuestro país, una vez derrotado Juan Manuel de Rosas por los ejércitos de Urquiza– quiso ser para Sarmiento la “Washington” de los Estados Unidos de Sudamérica. Utopía “grávida de todo lo que el mundo histórico real propone y opone”, como supiera señalar Horacio González (2016), entre cuyos “bordados internos” quedaba insinuado como antecedente de integración con el Uruguay y el Paraguay nuestro más actual Mercosur, “siempre trastabillante, y por qué no el Parlasur, si alguna vez llegase a –verdaderamente– existir”. Pero Martín García, esto también es remarcado por González, en tanto “reverso militar y literario y política de la historia nacional” no puede de un modo simplista compararse con “la otra Isla, Malvinas, que acompaña toda la historia nacional siendo realmente nuestra y ficticiamente de los otros, aunque los otros están realmente allí y nosotros de forma imaginaria”. De allí la invitación a repensar Malvinas como nueva Argirópolis emergente en el lejano sur, que no es nada lejano sino centro de un mapa nacional que se estira desde Jujuy hasta la Antártida y cuyo territorio se tiñe en su mayor parte del profundo azul que la cartografía le ha destinado a la representación de nuestra plataforma bicontinental. La causa Malvinas, nuestra “Argirópolis Atlántica” del siglo XXI, es retraducida bajo el lente gonzaliano como fuerza utópica de una comunidad por realizarse y, en ese sentido, contiene el problema nacional de una patria –y de un continente todo– que señala y reclama en los tribunales internacionales el fin del colonialismo inglés, ideario estratégico de larga data detallado en distintos artículos escritos por Sarmiento unos años antes de la aparición de su Facundo

“Colonización inglesa en el Río de la Plata”, así se titula esta serie de notas de 1841 y 1842 aparecidos en El Mercurio que presentan el análisis sarmientino de la Doctrina Monroe, y que podemos sintetizar en la célebre frase “América para los (norte)americanos”, pero que originalmente se propuso como exigencia para que las repúblicas americanas no queden sujetas a ninguna futura colonización. Elaborada en 1823 como síntesis de la política exterior de los Estados Unidos, encontraría una versión reducida de su aplicación –tan solo diez años después– con su intervención en la usurpación ilegal británica de nuestras Islas Malvinas.

Rosana Guber (2001) es una de las pocas autoras contemporáneas que, apoyándose en el clásico libro sobre las Islas Malvinas de Alfredo Palacios (1946), se detiene –muy brevemente– en la “Historia de la cuestión Malvinas” escrita por Sarmiento, documento casi desconocido que deja entrever renovadas derivas, en tanto no es una pieza que se reconoce fácilmente ni en el corpus sarmientino ni en los estudios malvineros de los últimos años. Se trata de una carta fechada en 1866 y dirigida a don Rufino Elizalde, ministro de Relaciones Exteriores durante la presidencia de Bartolomé Mitre. Es escrita mientras Sarmiento se encuentra como embajador en los Estados Unidos y recaba información a partir de una nueva solicitud de reparación por parte del legítimo gobernador del archipiélago, Luis Vernet. Nuestra causa isleña-nacional encuentra entonces un lugar inexplorado por la crítica, desde el cual se nos recuerda “los ultrajes hechos a la soberanía de la República Argentina por un Cónsul y un Comandante de buque de los Estados Unidos”, dado que fueron fuerzas norteamericanas las que despoblaron a las islas y las ofrecieron a Inglaterra para poder negociar derechos exclusivos de pesca y caza. Por eso, en estas páginas el sanjuanino pide permiso al gobierno argentino –nunca concedido, por otra parte– para realizar una demanda “por la violenta incursión de la corbeta Lexington contra los pobladores de Puerto San Luis en 1832”. 

En definitiva, esta defensa sarmientina de la soberanía nacional descansa en un agudo análisis de la intrínseca relación entre la Doctrina Monroe y los destinos de los territorios y pueblos sudamericanos, que se proyecta como legado a ser recobrado con mayor fuerza cada vez que nos detenemos a pensar en que nuestro archipiélago hoy cobija no solo una zona exclusiva de pesca sino también un punto estratégico de la OTAN en nuestra plataforma bicontinental de cara, por ejemplo, a las futuras renegociaciones del Tratado Antártico.

“Dividir para reinar es un viejo consejo de la política europea”, enseña Sarmiento. A la luz de lo acontecido en nuestro continente ya no únicamente en el siglo XIX sino durante todo el siglo pasado, resuena con fuerza ese presagio a modo de advertencia: “Como un crucero anclado frente a la Europa, las islas británicas sirven en un extremo del océano de punto céntrico que unen los hilos que envuelven ya toda la tierra como una telaraña. […] En todos los mares donde hay islas se alza el pabellón inglés, que parece tener una predilección especial por la posesión insular. […] No hay isla ni continente virgen que no esté ocupado, invadido y amenazado. ¿Se salvará la América del Sud de esta invasión universal?”. La llave para responder la pregunta: “¿Quién podría estorbárselo?” quizás no sea ni la vieja ni la nueva Argirópolis, pero descansa enterrada en lo profundo del sueño utópico de una América del Sur unida, integrada y emancipadora».


Páginas extraídas de: Gustavo I. Míguez y José E. Hage (en prensa), La Delta. Sarmiento y la imaginación territorial, Buenos Aires: EME.

 

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