Soft Power sin Soft: El Caso de los EAU.
- Francisco Muraglia

- 5 ago
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Los Emiratos Árabes Unidos son un actor que ha experimentado un ascenso notable respecto a su rol en la toma de decisiones de Oriente Medio y las regiones aledañas. A diferencia de otras potencias medias en su afán de proyección de poder, no intenta rememorar su legado histórico apelando a un pasado compartido –Turquía–, ni tampoco intenta exportar un modelo de gobierno teocrático cargado de valores religiosos –Irán–; el estudio de la política exterior de los EAU es la anatomía de la diplomacia fría y expeditiva, sin seducción.

Por Francisco Muraglia
Los modelos de proyección de poder basados en doctrinas, simpatías personales y lineamientos religiosos ya son harto conocidas en la región, grandes civilizaciones con herencias políticas milenarias siguen activas en el tablero regional. Desde Teherán y Ankara, también en Riad y Doha, se busca influir sobre los Estados más débiles de la región ampliada, pero sus acercamientos suelen estar atravesados por motivaciones ideológicas y, en mayor o menor medida, por el islam. Ante este panorama, los EAU apuestan por una visión distinta: combatir la híper-ideologización y el extremismo religioso, optando por relaciones transaccionales basadas en la pragmática conveniencia; el modelo emiratí ofrece puertos, acuerdos, drones y cheques sin sermones. Desde Abu Dhabi se busca proyectarlo como un actor híper-conectado en el comercio mundial, obrando como broker en numerosas ocasiones; Mohamed bin Zayed (MbZ), formuló una ecuación singular: el poder como inversión, la diplomacia como logística y la influencia como gestión sin narrativa. Los Emiratos Árabes Unidos aprendieron a construir poder sin pedir que los quieran.
La Doctrina Abu Dhabi: Puertos, Recursos y Contratos.
Los Emiratos Árabes Unidos se rigen por un principio claro en su política exterior: siendo un Estado pequeño rodeado de gigantes regionales y completamente dependiente del comercio marítimo, necesitan convertirse en un actor formador del orden político en Oriente Medio para garantizar su supervivencia. En ese marco, el control de puntos logísticos estratégicos en las aguas circundantes es vital.
El modelo emiratí identifica un enemigo prioritario: el extremismo religioso. Desde los 90’s, Abu Dhabi percibe esta amenaza como existencial, especialmente tras el auge del movimiento al-Islah, cuya influencia popular generó oposición al sistema de gobierno local. Desde entonces, el modelo emiratí ha adoptado una postura sistemáticamente hostil hacia expresiones religiosas con vocación política, posicionándose como un bastión del orden secular tecnocrático.
El principal opositor ideológico es la teocracia chiita iraní, cuya estructura de poder –basada en la supremacía del orden religioso sobre el político– contradice el modelo que defienden los siete emiratos. La tensión entre ambos países antecede incluso a la revolución islámica de 1979: pocas semanas antes de que los EAU lograran su independencia del Reino Unido en 1971, fuerzas iraníes bajo el mando del Sha Reza Pahlavi se apropiaron de las islas de Tunb y Abu Musa, que aún permanecen bajo control de Teherán.
Tras el ascenso de la República Islámica, la relación bilateral atravesó vaivenes dentro de un espectro predominantemente negativo. Durante la última década, el enfrentamiento entre Irán y el bloque atlántico por su programa nuclear exacerbó las diferencias. En ese contexto, los EAU se alinearon de manera consistente con las potencias occidentales, manifestando una profunda desconfianza hacia la posibilidad de que un régimen con una cosmovisión tan opuesta a la suya acceda a armamento de destrucción masiva. Sin embargo, evita el enfrentamiento total con Irán y tiende a optar por tenues acercamientos cuando la tensión regional alcanza puntos muy elevados; incluso fue partícipe de las negociaciones de 2024 entre los Ayatollah y Arabia Saudita para el seguro mutuo frente a escenarios de guerra regional, de esta manera los EAU tomaron precauciones ante la inestabilidad en su vecindario.
En este marco, la Doctrina Abu Dhabi combina disuasión ideológica y despliegue logístico: mientras combate el extremismo en sus múltiples formas –ya sea el islam político sunita en la forma de los Hermanos Musulmanes o la teocracia chiita iraní con sus diversos grupos y milicias proxy–, despliega una red creciente de infraestructura estratégica, inversiones y acuerdos de defensa. Empresas como DP World (Dubai Ports World) se han convertido en extensiones cuasi diplomáticas del poder emiratí, operando puertos en puntos clave como Djibouti[1], Berbera, Bosaso o Sokhna, asegurando así nodos de influencia en el comercio global y proyectando poder sin necesidad de presencia militar directa. Esta lógica transaccional y técnica de la influencia, basada en el control de recursos y rutas, resume con claridad el espíritu del soft power sin soft que los EAU han sabido cultivar.

Expansión logística como medio de ganancia de poder.
Los EAU se posicionan como un socio comercial eficiente en la amplia gama de Estados donde despliega su principal instrumento de proyección logística, DP World, pero lo que diferencia a esta empresa de otros operadores portuarios es el rol que ocupa en los países postergados donde se busca elevar la posición de Abu Dhabi con ganancias materiales tangibles, sin apelar a elementos convencionales de soft power.
El rol ascendente de DP World dentro del entramado estratégico emiratí tiene dos puntos de quiebre, los ataques del 11-S y la irrupción de la Primavera Árabe. El primero de estos sucesos obró como una muestra palpable para los EAU de la seriedad de la agenda política del extremismo religioso, puesto que si estos grupos estaban dispuestos a atacar al hegemón –por aquél entonces– justo en el epicentro de las finanzas globales, ¿qué les impediría arremeter contra uno de sus aliados en la región?; el segundo terminó de convencer a Abu Dhabi de la necesidad de profundizar el rumbo que habían adoptado durante la primera década del s.XXI: la securitización de su política exterior se tornó una necesidad en el marco de una región caótica en la que su enemigo ontológico –la visión de la organización del Estado según la que el orden religioso está por encima del orden político y, en su versión más radicalizada, el adepto tiende al extremismo– comenzó a desplazar a regímenes históricos que hasta entonces se creían inamovibles y se erigió como un contendiente por el poder en un puñado de Estados, siendo apoyado en sus diversas expresiones desde Teherán.
En dicho momento, fundamentalmente a partir del año 2012, los EAU comienzan su reposicionamiento estratégico regional, notando su debilidad frente a Irán a causa de su proximidad y el estrecho de Ormuz, ruta que transporta el 88% del petróleo emiratí y comparte con los persas. Es por esto que, ante la imposibilidad de ampliar sus dominios alrededor de sus costas, sus esfuerzos se dirigieron al otro punto neurálgico del comercio mundial: el Mar Rojo.
La expansión hacia las orillas del Estrecho de Adén responde a un impulso doble, puesto que en su costa africana los puertos de Assab en Eritrea, Berbera en Somalilandia[2] y, navegando hacia el Norte, Port Sudan en el país homónimo, han sido fundamentales dentro del entramado logístico-comercial elaborado por DP World; mientras que en la costa oriental nos encontramos con la Guerra Civil yemení (2014-Actualidad), en la que los EAU tienen numerosos y variopintos intereses que los llevan a la intervención directa mediante bombardeos aéreos y misiones específicas de sus Fuerzas Especiales –incluída la ocupación de la isla de Socotra–, e indirecta mediante el financiamiento de grupos contendientes por el poder, principalmente el Consejo Transicional del Sur, pero también se le acusa de apoyar a la Resistencia Nacional Yemení y a las Fuerzas de Élite de Hadrami. En la unión de esta expansión con fines logísticos y comerciales, junto con los objetivos estratégicos en Yemen en aras de combatir el extremismo religioso, podemos encontrar operaciones como la liberación de Adén (2015), gran punto operacional en la costa yemení del estrecho que desde entonces fungió como punto de entrega de armamento para las milicias apoyadas desde los EAU, así como para el desembarco de grupos mercenarios como las fuerzas sudanesas al mando de Hemedti que luego devinieron en las RSF.
La arquitectura logística desarrollada desde Abu Dhabi promueve un acercamiento al centro de poder en las estructuras multilaterales de toma de decisiones globales, sea con una participación directa a través de un correcto discurso frente al mármol verde de las Naciones Unidas o, en las sombras, operando con su poderosa red de cabildeo en las principales capitales, siendo Washington donde se halla su sede principal. Erigirse como un garante de conectividad y un proveedor de estabilidad les otorga una reputación sólida para con el Sur Global.
Como ha sido demostrado en los últimos párrafos, el estilo Abu Dhabi se aleja del pregonado por Ankara –remembranza de los lazos históricos y desarrollo paulatino de la asistencia, siempre atravesada por la fe compartida– y del curioso caso de Beijing –financiamiento masivo que es duramente cuestionado por la narrativa occidental–; los EAU ofrecen eficiencia, gestión y conectividad, siendo los puertos su principal herramienta logística como carta que evade toda necesidad de relato.
Humanitarismo emiratí: ayuda, fundaciones y diplomacia de emergencia
Si el poder blando suele construirse sobre una narrativa de cercanía cultural, cooperación empática o afinidad ideológica, los Emiratos Árabes Unidos optaron por otra vía: la ayuda directa con propósitos humanitarios para con Estados en procesos de guerra civil o hambruna –siendo Yemen el caso más evidente–, o la financiación de grandes proyectos de infraestructura que sigan los lineamientos de los 17 objetivos de la agenda 2030. En la diplomacia emiratí, la filantropía se gestiona como logística: llega rápido, es eficiente, pero rara vez deja huella afectiva.
El brazo ejecutor de esta estrategia es un tridente institucional compuesto por la Khalifa bin Zayed Al Nahyan Foundation, el Abu Dhabi Fund for Development (ADFD) y la Emirates Red Crescent (ERC). Estas entidades operan bajo una lógica común: resolver problemas urgentes en zonas críticas de la región circundante a los EAU y sus alrededores ampliados, esto sin intermediarios, sin sermones y sin cuestionamientos democráticos.
La Khalifa Foundation, activa desde 2007, despliega proyectos de salud, vivienda y alimentación en países como Yemen, Afganistán, Sudán y Somalia (Somalilandia y Puntlandia), centrando su intervención en áreas donde la presencia emiratí en seguridad o infraestructura es significativa. No es coincidencia: una población hambreada y demacrada tenderá a oponerse al gobierno de turno, pero la ayuda otorgada por la Khalifa Foundation promueve la paz social otorgando los pilares básicos y esenciales para la subsistencia. Una población en una situación tan endeble, no se opondrá a las inversiones de quien les facilita pan, techo y medicina.
El Abu Dhabi Fund for Development se ocupa de otra dimensión: financiamiento estratégico. Con préstamos blandos y paquetes de inversión dirigidos a infraestructuras críticas —energía, puertos, agricultura— el ADFD ha tejido redes de dependencia en Egipto, Etiopía, Maldivas o Jordania. La lógica es simple: quien financia la luz eléctrica, ilumina también las decisiones del poder local. El Estado donde su presencia ha resultado más beneficiosa ha sido Sudán, donde mantienen su presencia desde 1976; el foco de sus proyectos a girado en torno al aprovechamiento del cauce del Nilo, en donde han avanzado en grandes proyectos como la presa de Merowe (2009), gracias a la cual la capacidad de generación eléctrica del país se duplicó[3]. A su vez, los EAU han financiado el tendido eléctrico entre la presa y Jartum[4].
La Emirates Red Crescent, por su parte, combina asistencia humanitaria con reconstrucción posbélica, operando como un Ministerio de Emergencias extraterritorial. Su actuación en Yemen ha sido monumental: escuelas, hospitales, rutas, distribución masiva de alimentos y vacunación. Una particularidad de la ERC es su vocación por combatir de forma pasiva la expansión del salafismo y las expresiones wahabitas mediante la construcción de mezquitas en países permeables a su influencia dadas sus pobres condiciones socio-estructurales; a su vez, el Imán de cada centro de rezo es seleccionado desde el Consejo Fatwa de los EAU o ha sido formado en la Mohamed bin Zayed University for Humanities con sede en Abu Dhabi y siendo propiedad del Estado, lo cual asegura su afinidad a la doctrina religiosa emiratí, dando lugar a espacios litúrgicos sin pulsión política.
Este humanitarismo tecnocrático llega a donde Abu Dhabi mantiene intereses comerciales e inversiones en proyectos de infraestructura que le den una ventaja en su posicionamiento frente a competidores en un escenario político que le pueda resultar favorable. Los EAU ofrecen una alternativa no-occidental a los gobiernos del Sur Global, ya que su asistencia no está aparejada a una condición ideológica, moral o democrática. En el sistema internacional vigente, ser útil es más importante que ser admirado.
Performance Diplomacy: la versión emiratí del Soft Power.
Los Emiratos Árabes Unidos han hecho actualizaciones considerables al término “soft power” acuñado por Joseph Nye a finales de los 80’s, la visión compartida respecto al sistema de gobierno y los parámetros morales ya no son condición sine qua non para acceder a la asistencia del Sheikh.
Allí donde hay una necesidad, se transfieren dírhams, se construye un hospital y los EAU obtienen un puerto. Así como se ha desarrollado en el presente y en artículos anteriores, la asistencia de Abu Dhabi viene aparejada de contratos por recursos valiosos —metales preciosos y minerales— y de infraestructura estratégica para la expansión geopolítica emiratí; Yemen en su vecindario y Sudán en África son los ejemplos más evidentes, aunque su avance en Somalilandia se vuelve notable y la comunidad internacional comienza a poner su foco sobre él.
Su capacidad para pivotear entre intereses dispares refleja la frialdad necesaria para ejecutar la performance diplomacy, sus negociaciones con Irán a pesar de personificar a un enemigo ontológico de la visión del Sheikh; así como su acercamiento a Israel en el marco de los Acuerdos de Abraham mientras busca elevar su rol como líder del mundo árabe con una perspectiva tecnocrática.
El único requisito en términos ideológicos y de gobernanza para los EAU es que el Estado esté por delante de la religión, y no que una figura religiosa se anteponga a los intereses del gobierno.
La política exterior emiratí se define por la eficiencia, el cumplimiento y la utilidad, no se busca admiración ni adhesión moral, sino un reconocimiento a su capacidad de ejecución. Su alianza no enamora, pero funciona. Los Emiratos Árabes Unidos no seducen, pero entregan; su estrategia no busca afinidad, sino resultados.
Bienvenidos a la era de la Performance Diplomacy, azizi.
Referencias
[1] La Terminal de Containers Doraleh (DCT) es un puerto que fue operado por DP World hasta febrero de 2018, cuando el gobierno de Djibouti decidió que una empresa de propiedad estatal se encargaría de la totalidad de la administración del mismo.
[2]Somalilandia no es reconocida oficialmente como una república independiente de Somalia, aunque opera como una desde 1991. Ningún país le otorga reconocimiento, aunque suele ser utilizada como un medio para presionar a Somalia en diversas negociaciones, sea por Etiopía, EAU u otros actores.
[3] La capacidad de generación eléctrica de Sudán en 2006 era de 1.000 megawatts, mientras que sólo la Presa Merowe puede generar 1.250.
[4]Más información al respecto en: https://www.adfd.ae/en/success-stories/merowe-dam-sudan




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