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BRICS ampliado y el nuevo orden multipolar

Actualizado: 8 mar

El mundo moderno está conducido por los intereses nacionales, no por las ideologías


POR Ricardo Auer*



Arabia Saudita, Argentina, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía e Irán, se convertirían en nuevos miembros de los BRICS a partir del 1 de enero de 2024, según nos informa el presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, como una de las conclusiones de la XV Cumbre del BRICS, realizado en Johannesburgo. Se trata de un grupo diverso de naciones, que tienen puntos de vista bastante diferentes, pero una visión compartida en cuanto a que los intereses nacionales están en el centro de gravedad geopolítico del mundo. Sus cinco miembros (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) acordaron los principios, estándares, criterios y procedimientos del proceso de expansión del grupo. Esta nueva etapa incluye a cuatro importantes países musulmanes, de todas sus variantes religiosas internas, algunos de ellos, players claves del sector energético. Han agregado a Egipto, amigo de EEUU en la estabilización de Medio Oriente y con acuerdos de seguridad con Israel. Argentina, socio de Brasil, una relación necesaria para un desarrollo industrial integrado. Etiopía (ex Abisinia) está ubicado en el tumultuoso “Cuerno de África”, con mayoría cristiana ortodoxa, el más poblado después de Nigeria; es un país independiente que nunca fue colonizado, excepto ocupado militarmente, durante unos pocos años, por Italia y sin salida al mar. Además, Argelia, Indonesia, Nigeria, Turquía y Bangladés figuran, también, entre los países que ya han solicitado su adhesión al grupo.


Llama la atención al mundo desarrollado que, pese a que los países del BRICS son demasiado diferentes entre sí como para “forjar una visión común”, la experiencia ha mostrado que existe un cierto atractivo a unirse al mismo. No se podría alegar que existen afinidades ideológicas, o formatos de gobierno, o razones culturales, en común. Creo que se trata de querer adherir al concepto o doctrina que domina la geopolítica actual: la defensa de la soberanía nacional que lleva implícito el de los intereses nacionales. En estos inicios del siglo XXI, se está construyendo, en forma progresiva, un nuevo orden global con pluralidad económica, geográfica y política.


El grupo BRICS congrega actualmente el 42% de la población mundial, el 30% del territorio mundial, el 23% del PIB global y el 18% del comercio mundial. Contribuyen con el 16% de las exportaciones y el 15% de las importaciones mundiales de bienes y servicios. Las propuestas que están debatiendo son, entre otras, la de fomentar el comercio en divisas locales para bajar la dependencia del dólar; la idea de crear una moneda común, que parece más lejana, ya que no es sencillo compatibilizar tantas desigualdades. De hecho, ya se comercializa el petróleo y el gas, en yuanes y en rublos, en negocios bilaterales.


Es un error estratégico alinearse ideológicamente; tanto como para defender a ultranza los regímenes dictatoriales pseudo-socialistas de Cuba o Nicaragua, como para adherir automáticamente a los EEUU o a su socio principal, Gran Bretaña; en estos caso, con el pretexto de la defensa de la “democracia”. Tampoco es lícito adherir ideológicamente a la camarilla globalista, manejada por la oligarquía financiera internacional, que impulsa por medio de la guerra cognitiva, el fraccionamiento de las naciones, apoyando diferentes “distracciones” de los problemas reales fundamentales que sufren los pueblos: falta de desarrollo, pobreza, inseguridad, narcotráfico y otros. La mejor forma para progresar soberanamente y en beneficio del pueblo es “ser amigo de todos y aliado de nadie”. Pero para que esta fórmula funcione, se requiere encauzar un rumbo siempre alumbrado por un proyecto nacional propio.


Los últimos acontecimientos mundiales van indicando que Occidente puede seguir influyendo, pero ya no tiene la capacidad de imponer las reglas del juego global. No sólo China u otras potencias intermedias, sino también países africanos están determinados a poseer mayores grados de libertad y de soberanía, protegiendo sus intereses nacionales. Se van creando espacios geopolíticos con nuevas esferas de influencias que van, progresivamente, modificando el rumbo de los acontecimientos mundiales. Se observa, cada vez más claramente, que el poder relativo de Europa está declinando y que China va camino a convertirse en una potencia global, desafiante del poder, anteriormente hegemónico, de los EEUU.


China quiere volver a ser la gran potencia que era hasta principios del siglo XIX, con una participación del 30% de la economía global y pretende que su actual desarrollo no sea interferido por otros países, tanto en cuestiones materiales (tecnología, economía) como culturales (valores, sistema político). Inclusive no se muestra como un exportador de su propio modelo, en consonancia con la idea central de su antiguo modelo imperial, autodenominado el “Reino del Medio”, donde se veían a sí mismos, como el “centro del mundo”, ya que consideraban que los terceros países eran “bárbaros” e incapaces de alcanzar el nivel chino, si bien los aceptaban en la medida que pagaran tributos. Pero China, en los tiempos actuales, hábilmente, invita a ser parte de un “proyecto común” del Sur Global. Tampoco somos tan ingenuos de creernos todo ello.


En otro orden de magnitud, pero con ideas similares, Rusia pretende seguir su camino cultural propio, religioso y bastante conservador de sus milenarias tradiciones. Aunque económicamente no pueda competir con el poderío norteamericano, se resguarda detrás de su poder nuclear. El dividido mundo árabe sigue muy activo en pos de mantener sus esperanzas en lograr una cierta unidad que le incremente su poder geopolítico. Tiene como valor tangible sus reservas de petróleo y gas y el intangible de la defensa de sus tradiciones culturales y religiosas, pese a su, hasta ahora, fuerte pelea interna; el reciente acercamiento Irán-Arabia Saudita, abre nuevos caminos exploratorios. Otros países, como la emergente potencia global, India, que alcanzó un hito histórico, el de alunizar su nave aeroespacial en el Polo Sur de la Luna, es otro ejemplo de independencia y muestra que Occidente ya no puede imponer sus tradicionales recetas o modelos de comportamiento económico o cultural. Lo mismo está ocurriendo en varios países de Asia y de África, aunque menos visible en América del Sur, debido a la fragilidad de sus sociedades políticas que van saltando de un extremo a otro, sin encontrar un rumbo propio, con excepción de Brasil.


La diversidad es el nuevo signo civilizatorio de esta época. Está surgiendo un nuevo orden mundial multipolar. Es tan trascendental el cambio geopolítico que a muchos dirigentes occidentales les cuesta aceptarlo y pretenden seguir intentando imponer sus viejas reglas de juego. Eso es lógico. Lo que no es lógico es que muchos políticos de países periféricos, quieran seguir manteniendo los patrones de dependencia cultural (y económica) que limitan las opciones de búsqueda de mayor grado de libertad, en orden a potenciar a sus respectivos países. No entienden que cuanto más poder soberano tiene un país, más crece y se desarrolla económicamente, más fácil es gobernarlo, más sencillo es distribuir las ganancias y tener a todos más felices. Pero insisten, unos y otros, en aferrarse a las viejas ideologías con que se peleaba en el siglo pasado (socialismo-capitalismo; estatismo-liberalismo), cuando es visible que EEUU y China se manejan con un mix de todo ello, para lograr sus respectivos objetivos.


El mundo moderno está conducido por los intereses nacionales; no por las ideologías. Todos aquellos que viven en el pasado se siguen peleando por cuestiones secundarias. Cómo es posible que dos dirigentes importantes de la Argentina no hayan podido nunca hablar de estos temas cuando los líderes de EEUU y de China, que compiten más que fuertemente, pueden establecer diálogos para trabajos en común y a favor de todos. Argentina atrasa por tener liderazgos miserables preocupados principalmente por sus egos personales o por sus negocios, enmascarados detrás de ficticias pantallas ideológicas, que deterioran gravemente el poder nacional.


La Argentina tiene que formar parte de cuanto bloque comercial exista en el mundo, incluido el BRICS. Con cualquier gobierno nacional, Brasil seguirá siendo nuestro socio estratégico. Rusia es tácticamente “mala palabra” para cierta camarilla occidental, pero difícilmente pierda la guerra en el Donbass y pese a los bloqueos, prosigue ampliando sus relaciones con toda Asia y África. Esto no es una defensa de Putin, sino una observación de la realidad fáctica. La India es una potencia mundial amiga de EEUU y de Rusia; y nadie le ve alguna contradicción a ese juego; no deberíamos olvidar que el mercado del Indopacífico es un objetivo exportador para el Mercosur. China es la segunda economía del mundo y hay que hacer la mayor cantidad de negocios posibles, sin entregar soberanía ni áreas estratégicas. En Sudáfrica y en el resto del África, que está saliendo rápidamente del neocolonialismo europeo, tenemos un amplio campo de cooperación comercial, tecnológica e industrial. El nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS (NBD) ya tiene una sucursal en Uruguay, teniendo un gobierno claramente pro-occidental. Porque no podría hacer lo mismo Argentina, con la cual podríamos tener una fuente alternativa para financiar nuevos proyectos.


Obviamente deberíamos decidir nosotros mismos (no por ninguna imposición extranjera) no tener que seguir financiando deudas y terminar con el enorme negociado de la deuda eterna, que todos los gobiernos, de todos los signos, siguen tolerando, o usufructuando. Con tantos gobiernos progresistas no hemos podido modificar el Tratado de Madrid, que como “castigo” de guerra (Malvinas-OTAN), los ingleses nos impusieron un bloqueo de compra de armamentos o de repuestos de viejos sistemas de armas. Que por ello no podemos controlar apropiadamente el saqueo de nuestra riqueza ictícola, entre otros tantos males. Ni negociar el petróleo o el oro y otros minerales que se extraen en Malvinas. O que se nos complique la proyección antártica. El progresismo argentino ha dedicado tanto tiempo a seguir los dictados del globalismo socialdemócrata que no tenido tiempo de resolver algunos de los problemas reales de nuestras mayorías populares. Por eso pierde votos.


Argentina está siendo destruida, pausada y sistemáticamente sin que ninguna dirigencia nacional sienta la necesidad patriótica de defenderla. En Argentina ha sido destruida su economía, sus finanzas, su educación, el tejido social, la seguridad ciudadana, la justicia, la defensa nacional, la cultura, la identidad nacional, la política interna y la internacional. Sin embargo, ningún dirigente se ha expresado en el sentido que el país está siendo sometido a una guerra, según todos los manuales usados por las potencias (guerra híbrida o irrestricta), que así lo indican. Nadie podrá mejorar la actual situación si seguimos enfrentando nuestros graves problemas utilizando herramientas ideológicas del siglo pasado. Es hora de modernizar el enfoque nacional.


* Nota publicada originalmente en Infobae:

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