Encadenados y endeudados
- Ricardo Auer
- hace 12 minutos
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El problema de fondo sigue siendo nuestro. No tener una política o un proyecto propio, que disponga de la suficiente fortaleza política interna como para discutir, desde el punto de vista de los intereses nacionales, la bienvenida de inversiones de todos los países, pero con criterios propios que tengan como rumbo un desarrollo nacional justo y equitativo. Se trata, en resumen, de no ser anti otros, sino de ser uno mismo.

Por Ricardo Auer
Cuando alguien se endeuda y no logra salir de la cadena de la usura financiera, sólo queda entregar el alma al diablo, o vender sus activos y volverse más pobre. Esto lo conocen bien quienes quedaron alguna vez en el desgraciado circuito de las tarjetas de crédito impagas o aquellos adictos que han quedado encerrados en el flagelo de la drogadicción. Lo saben varios países que han sufrido ese proceso y lo conoce a la perfección la Argentina, que desde 1978 ha entrado a un ciclo vicioso de endeudamiento para fines improductivos (pagos de gastos corrientes), contrario al ciclo virtuoso de endeudarse para producir bienes, aumentar el valor agregado interno, o mejorar su balanza comercial.
Para analizar y entender lo que ocurre en temas políticos, internos o geopolíticos, lo más importante es hacerse las preguntas correctas, antes de buscar explicaciones rápidas. No solo importan las causas que llevan a los acuerdos. También quiénes son los beneficiarios y los perjudicados, porque generalmente los acuerdos son cuestiones de intereses personales o sectoriales.
Hoy el presidente Milei se ha reunido con el presidente Trump, que viene de lograr un arreglo de paz en Medio Oriente en el que pocos creían hasta hace pocas semanas atrás. La relación entre un presidente que va a pedir un salvataje y otro que, por conveniencia, se lo otorga, es siempre muy desigual.
Trump está consciente que EEUU ha perdido la hegemonía que tenía desde la caída de la URSS y que la competencia central entre superpotencias es con China, pero en un mundo multinodal donde coexisten otros nodos de poder intermedios (India, Turquía, Brasil, Irán, Israel, Arabia Saudita, etc), que también juegan en el gran tablero global. También es un mundo totalmente interconectado porque todo se conoce instantáneamente, a nivel gubernamental y a nivel popular: lo que ocurre en un país influye en los otros.
La política exterior y la de interior son canales totalmente intercomunicados. Lo prueba la inmediata reacción negativa de los farmers norteamericanos frente a una medida de colaboración del gobierno de Trump hacia Argentina; el secretario Scott Bessent se vio en la obligación, frente a sus votantes, de “corregir” a las autoridades argentinas.
Frente a una Argentina debilitada por su historia, pero más aún hoy por la destrucción de su potencialidad material (desindustrialización, desfinanciación de la educación y la ciencia y tecnología nacional), utilizando un bagaje argumental doctrinario extremista y contrario a los intereses nacionales, bajo el pretexto de una alineación automática con EEUU e Israel, el presidente Milei se encadenó al ancla de la nave norteamericana. Reconoció así, implícitamente, que no tiene ninguna idea de un proyecto nacional argentino. Su meta es ser un enclave internacional, económicamente primario y extractivista, con una distribución social semejante a la de Perú: 85 por ciento de pobres y 15 por ciento de ricos.
Lo que esperaban Milei y su frondosa comitiva era un apoyo incondicional de Trump, pero tuvo una respuesta ambigua y muy frustrante: “todo depende de los resultados electorales”. El apoyo a Argentina es sólo una expresión de la nueva política norteamericana hacia los países al sur del río Bravo. Si toman una posición correcta, es decir, si votan a partidos políticos favorables a los EEUU, serán ayudados generosamente. Este mensaje está dirigido a aquellas naciones que pronto tendrán elecciones como Chile, Brasil y Colombia. Por otro lado, fijó claramente los límites que considera negativos para los EEUU, como lo serían favorecer la instalación de intereses chinos en los temas estratégicos: puertos, bases científicas duales, energía atómica, redes de internet, I.A., data centers, sistemas de armas… Nada se dijo de cuestiones comerciales tradicionales o sobre productos industriales. Tampoco se expuso sobre la política económica argentina, que queda en manos nacionales y que es la que produce la destrucción de nuestra base industrial, la aún resiliente.
Como era previsible, la Argentina, como país periférico para EEUU o para China, termina siendo el campo de una batalla global cada vez más acentuada entre EEUU y China.
Sin embargo, es interesante analizar que a EEUU no le preocupa que la política de Milei siga favoreciendo a la base industrial exportadora china, a costa de destruir la industria, las pymes y al empleo nacional.
Sí le pide a Milei, entre otras cosas que aún no conocemos, que no permita administraciones chinas de puertos argentinos, dado el avance chino en los puertos de Balboa y Colón en Panamá, Lázaro Cárdenas y Manzanillo en México, Kingston en Jamaica, otros en Bahamas; y últimamente haber financiado el enorme puerto de Chancay en Perú, con el consiguiente intento de unificación ferroviaria con el puerto de Santos en Brasil.
Trump desearía que Milei obtenga vía elecciones y por medio de negociaciones con otros espacios políticos, la suficiente sustentabilidad política, que le permita seguir gobernando. Sería tener un gobierno amigo que demore el avance, sin romper, de los chinos. Un modelo de enclave a dos puntas. Un gran logro de una corriente cipaya antinacional. Pero tal vez los EEUU no estén muy convencidos que la política económica de Milei siga en pie, ya que su aplicación provoca dolor en la sociedad argentina y eso influye bastante en el voto. Más aún cuando los cuadros políticos (y él mismo) del mileismo son muy pobres en cuanto al oficio mismo de la política. Y ni hablar de su cultura política que es paupérrima. Todo eso los hace muy dependientes de las posibilidades del manejo emocional en las redes, donde también están trastabillando por el desánimo que se produce entre sus adeptos por las incoherencias de las sospechas de peculado o corrupción de sus funcionarios: $Libra, Spagnuolo, fentanilo, Fred Machado, Espert. A su vez, ese conjunto de factores influye en el posicionamiento político, no solo de sus adherentes directos, sino de una gran parte de los indecisos o decepcionados que lo votaron en el ballotage.
El problema de fondo sigue siendo nuestro. No tener una política o un proyecto propio, que disponga de la suficiente fortaleza política interna como para discutir, desde el punto de vista de los intereses nacionales, la bienvenida de inversiones de todos los países, pero con criterios propios que tengan como rumbo un desarrollo nacional justo y equitativo. Se trata, en resumen, de no ser anti otros, sino de ser uno mismo.
Carlos Pagni recordaba en su último editorial que el economista alemán Rudi Dornbusch escribió en 2001 que la Argentina tenía una sola salida: “la intervención de un gobierno extranjero, porque los argentinos solos no se pueden gobernar”. Tanta influencia extranjera, de un lado o del otro, nos ha llevado a la actual decadencia. Sería el momento adecuado de no dejarnos arrastrar por aquellas polarizaciones y comenzar a comportarnos como adultos racionales.
*Ricardo Auer es consultor de riesgo geopolítico. Columnista de Infobae y del medio "y ahora qué?"